A veces es bueno abandonarse al propio olvido
como si el saber sonreír fuera más fácil que morder una fruta.
Ir por las calles perfectamente solo, sin más compañía que nuestra cotidiana tristeza y nuestros pasos, amando una vez más la sencillez del aire de la manera como se recuerda la infancia, o ese otro tiempo pulverizado cuando se buscaban las primeras estrellas en las charcas.
Es bueno sentarse entre amigos y vasos a observar como todos abandonan algo suyo en la música que los impulsa y transforma en seres sin huesos, mientras la noche trepa por los muros buscando también dónde esconder su espera, y después salir hacia el alba con un poco más para alimentar futuras soledades.
Es bueno comprender que estamos hechos de recuerdos, un poco de tiempo que crece sin escucharnos y de muchas cosas que no comprendemos.
A veces es bueno detenerse a contemplar la hoja que cae cuando la palabra prima verano es lo que nosotros quisiéramos que sea.
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