Poder cantar aleluya
cuando el rumor del viento
calle definitivamente.
Resbalar por la mortaja
que te cubra al fin de gloria.
Abandonar cicatrices,
líquidos y arrugas,
manchas y cadenas.
Parada respiratoria.
Fin de la ceremonia.
Poder acabar el juego.
Sentir “lo he conseguido”
y dejar de palpitar...
-La muerte también hay que ganársela-
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