Saltas de la cama, te desnudas, te duchas, te afeitas, te vistes, te tomas algo mientras acudes al noticiario para contemplar el macabro parte de los muertos del día anterior y, finalmente, sales de casa.
Y otro día, cada día, igual. El mismo ritual, la misma rutina. Cada gesto automatizado al milímetro para que no quede siquiera un recoveco para el pensamiento.
Y hoy, por fin, de tanto que perfeccionaste tu vida, dejaste de ser hombre.
1 comentario:
Y de tanta perfección, solemos quedarnos en la basura de la hipocrisia... excelente texto, amigo!
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