¡nunca tocarás nada!
porque estás cagado por todo eso.”
Ya no sientes la brisa ni el vasto océano de tan ocupado que te encuentras tratando de agujerearle la ilusión a los demás, tratando de remendarle los agujeros a ese sueño impotente que ya no quiere soñar contigo. Planeaste aquel momento hasta en la oscuridad invisible de tus ambiciones diarias, te empeñaste en construir un lúgubre castillo de glorias inciertas a costa de los demás, robaste un par de ideas de algunos nobles mensajeros y saliste disfrazado con alguna dudosa creencia bajo el brazo que tus actos ni siquiera pueden justificar.
Te retuerces como un animal agonizante en soledad que va destilando de a poco el aroma de su muerte. Tu mente es el castigo mismo de una epiléptica madriguera de arácnidos hambrientos y el delirio de tu grandeza. Ni el más suicida de los pensamientos se compara con esa retorcida obsesión mental. Ni el más ruin de los dictadores ideó tanta miseria. Todo en nombre de los cochinos dedos de tu mente, que desde el fango más denso no paran arrojar al aire esos dardos de infante, inútiles por más viles que sean.
¡No corras tras esa silueta perversa que aún no te ha visto!
No tiene objeto la paranoia de tus atajos imaginarios, ni las alocadas percepciones que proyectas en los demás. Piensa que al final de todo la verdad pesará más que toda esta farsa: la verdad que te transforma de vida y muerte de un solo soplo. La nada, esa tan afable compañera del vacío, invade con sus chirridos agudos el ritmo de tus pensamientos mientras te escupe con la más sucia de sus displicencias. Y hasta quizás se ría de tu omnipotencia, quizás, tal vez y en lo cierto.
Un sol indiferente amenazará el cielo dentro de unas horas y tu ser dormirá en mantos de sueños alados: quizás estés pensando en grandes cartas, quizás estés un poco radiante, pero no por eso menos expectante, no menos esclavizado a los filosos dictámenes que emergen de tu mente.
Te retuerces como un animal agonizante en soledad que va destilando de a poco el aroma de su muerte. Tu mente es el castigo mismo de una epiléptica madriguera de arácnidos hambrientos y el delirio de tu grandeza. Ni el más suicida de los pensamientos se compara con esa retorcida obsesión mental. Ni el más ruin de los dictadores ideó tanta miseria. Todo en nombre de los cochinos dedos de tu mente, que desde el fango más denso no paran arrojar al aire esos dardos de infante, inútiles por más viles que sean.
¡No corras tras esa silueta perversa que aún no te ha visto!
No tiene objeto la paranoia de tus atajos imaginarios, ni las alocadas percepciones que proyectas en los demás. Piensa que al final de todo la verdad pesará más que toda esta farsa: la verdad que te transforma de vida y muerte de un solo soplo. La nada, esa tan afable compañera del vacío, invade con sus chirridos agudos el ritmo de tus pensamientos mientras te escupe con la más sucia de sus displicencias. Y hasta quizás se ría de tu omnipotencia, quizás, tal vez y en lo cierto.
Un sol indiferente amenazará el cielo dentro de unas horas y tu ser dormirá en mantos de sueños alados: quizás estés pensando en grandes cartas, quizás estés un poco radiante, pero no por eso menos expectante, no menos esclavizado a los filosos dictámenes que emergen de tu mente.
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