Tengo una cierta facilidad para intuir cuándo va a llegar una tormenta. No importa que el dÃa amanezca despejado y tremendamente aburrido, o que en la radio digan que se llegará a los 13ºC. Yo tengo una sensación, y suelo acertar. No sólo me pasa con el tiempo. Digamos que soy un chico intuitivo. Es el mismo mecanismo que me lleva a escoger una nota musical y no otra cuando estoy componiendo o escribiendo. PodrÃa aplicarlo a otras facetas de la vida, pero no quiero ponerme estupendo. Supongo que la intuición es un resto de esa magia que inicialmente debió tener el ser humano. Llamémosle instinto de supervivencia o parentesco con los demonios...
Mientras escribo esto están estallando sobre La Ciudad 2 tormentas. Es alucinante asomarse a la ventana y ver el espectáculo de rayos, lluvia y viento. Es increÃble el poder absoluto de la naturaleza cuando los dos frentes de nubes chocan y se desata la maravilla.
No lo puedo evitar. Tiendo a asociar las tormentas con los cuerpos que luchan y se acarician y se follan. Todo empieza suavemente, algunas gotas descuidadas empiezan a precipitarse casi como por azar. De repente se siente una calma absoluta matizada tan sólo por el sonido de esas gotas al contacto con las hojas de los árboles. No pasa demasiado tiempo hasta que comienza el viento. Un viento cálido acompañado de una creciente intensidad de la lluvia.
Es como si el cielo y la tierra jugaran a acariciarse mutuamente. Es como si el calor acumulado por culpa de ese sol ardiente, las pieles sensibles y acaloradas, deseara con locura el contacto tÃmido al principio, salvaje después, de esas nubes crecientes y densÃsimas, como algunos besos.
Finalmente, todo se acelera.
No hay lÃmites a partir de cierto punto y la naturaleza es mucho más sabia que nosotros. El cielo posee a la tierra en una orgÃa de humedad, furia y belleza. Ella lo agradece y resplandece de nitidez y brillo.
Al cabo de un rato, saciados los dos, la noche se cierne sobre la ciudad asustada. El asfalto y el humo no tienen nada que ver con lo que acaba de ocurrir. Los habitantes de las colmenas de hormigón tampoco suelen darse cuenta.
Aunque seguro que hoy todos desean un poco más.
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